Recuerdo de Mar del Plata

Habia un jueguito, en los 90, en Mar del Plata.
En la rambla ventosa de mañanas frescas que no daban para playa.
Y se enredaba el pelo y el pareo agitado descubría las piernas imperfectas de mujeres con permanente, a las que se les volaba el sombrero.
Un juego de fichitas cerca de los lobos de cemento gigantes.
Donde autitos y animales de fibra pintadas se movían al son de niños aburridos, a cambio de una moneda.
Un jueguito en el que se iban acumulando fichas en escaleras que se movian, contiguas.
Metías una ficha en una u otra ranura y de la cascada a veces no caía nada, a veces una o dos fichas.
Pero, a veces, ponías una ficha y te caía una montaña de monedas: la felicidad.
Y vos en realidad habías puesto una simple ficha, del mismo tamaño y peso que la anterior.
Pero la magia era, y siempre fue, el saber acumular en el lugar correcto.
La estrategia de saber en qué momento y en qué lugar soltar la ficha.
Meditar es eso.
Solo que las fichas caducan y se desvanecen cuando
no las seguís soltando …
En la rambla ventosa de mañanas frescas que no daban para playa.
Y se enredaba el pelo y el pareo agitado descubría las piernas imperfectas de mujeres con permanente, a las que se les volaba el sombrero.
Un juego de fichitas cerca de los lobos de cemento gigantes.
Donde autitos y animales de fibra pintadas se movían al son de niños aburridos, a cambio de una moneda.
Un jueguito en el que se iban acumulando fichas en escaleras que se movian, contiguas.
Metías una ficha en una u otra ranura y de la cascada a veces no caía nada, a veces una o dos fichas.
Pero, a veces, ponías una ficha y te caía una montaña de monedas: la felicidad.
Y vos en realidad habías puesto una simple ficha, del mismo tamaño y peso que la anterior.
Pero la magia era, y siempre fue, el saber acumular en el lugar correcto.
La estrategia de saber en qué momento y en qué lugar soltar la ficha.
Meditar es eso.
Solo que las fichas caducan y se desvanecen cuando
no las seguís soltando …